HISTORIAS DE DESPERDICIOS

Por Jorge Barraza/ Especial para FullDeportesUSA Magazine

Los técnicos de inferiores suelen decir que la habilidad es el 5% de las condiciones para llegar a Primera División y ser figura en el fútbol profesional. Lo demás es entrenamiento, disciplina, trabajo, constancia, voluntad, cuidado… Y pasión.

Sin pasión no hay posibilidades de éxito. En ningún orden de la vida, salvo en la lotería. Uno puede comprarse un billete desapasionadamente y ganar el primer premio.

El jueves cumplió 31 años el colombiano Juan Fernando Quintero. Pocas veces se da un jugador tan lujoso, tan notablemente dotado, tan lleno de posibilidades. Trajo de cuna lo único que no se puede comprar ni aprender: la calidad.

Una perla de esas se encuentra entre millones. Su pie izquierdo sólo es comparable al de César Cueto, al de Maradona, al de Messi. Una delicia verlo llevar la bola como deslizándose sobre el césped con patines, superior en esa faceta a James Rodríguez, por si acaso.

En elegancia, lo dobla. La técnica en el regate, en la pegada sutil, preciosa. Pero se le fue yendo la carrera a Juanfer -ya son 15 años en Primera División- y no alcanzó las metas mínimas que uno espera de un crack de esa dimensión.

No es una crítica, es un lamento, una pena, un desperdicio. Verlo llevar la pelota a Juanfer es fascinante, por eso uno le pide más a este tipo de futbolistas. El verdadero hincha de fútbol se alegra cuando aparece un fenómeno, en cualquier club o país. Lo disfruta. De ahí el desencanto.

Lo menos que podía esperarse de Juanfer era que jugara doce o quince años en Europa, fuera ídolo de algún club grande, ganara muchos títulos, ayudara a la Selección a conseguir algún trofeo. Pero no, fueron aisladas gotas de fulgor, chispitas, ni chispazos.

Ha sido el suyo un deambular por equipos y países sin asentarse en ninguno, siendo suplente en la mayor parte de su trayectoria, porque no le dio la actitud o el físico o porque los técnicos no lo han visto para arrancar como titular.

Transfermarkt le cuenta 335 partidos en clubes y 17.249 minutos en cancha. Esto significa 191,6 juegos completos. Muy poquito en quince años de rodaje. Muchos pedacitos de partidos. Los quince minutos finales, los 30 finales… En goles, lo mismo, 56, a un promedio de 3,7 tantos por año.

“¿Y el golazo que le hizo a Boca en la final de la Libertadores…?”, pregunta un tuitero. Maravilloso, decisivo. Pero por capacidad debieron ser docenas de esos, se quedó en uno. Y atención, que aún sigue en edad de regalar fútbol, de lograr cosas. Está en él.

Juan Fernando Quintero jugando por el Porto de Portugal. Su mejor performance. Foto/ CONMEBOL

Con los títulos pasa lo mismo. Sí, ganó una Copa Colombia con Atlético Nacional, una Supercopa con el Porto… Y por supuesto, la Libertadores con River, una muy especial, la de la final en Madrid.

“¿Y usted por qué esperaba algo de él? Seguramente las metas de él mismo las cumplió: jugar dos Mundiales, ganar una Copa Libertadores (con gol soñado en una final épica), ir a Europa, ser querido por hinchas propios y ajenos…

Dejen de imaginarle carreras a los futbolistas…” Escribe Fernando, irascible como buen usuario de Twitter. “¿Y usted sabe cuáles eran las metas de él? Cada quien tiene su techo. Y eso lo hace feliz. Que otros opinen de tu techo es una idiotez”, agrega Roberto. “Juan Fernando esperaba ser feliz jugando y quizás lo ha sido. No se puede juzgar a un futbolista por lo que uno espera de él”, apoya Manuel.

Error. Nadie pretende inmiscuirse ni en la vida ni en la felicidad de un futbolista. Ni exigirle éxitos, pero el periodista está para opinar, puede hacerlo. Y opina que con tantas virtudes podía esperarse mayor rendimiento.

Lo curioso es que muchos de los que sostienen que está bien así, que juegue cuando quiera, que viva su vida, que sea feliz y se enfoque en la música son los mismos que alaban a Cristiano Ronaldo “porque nació sin tantas condiciones, pero con mentalidad, tenacidad y esfuerzo llegó a lo que llegó”.

“Pero Juanfer es millonario y ha asegurado el futuro de su familia”, escriben algunos. Lo mismo pasa con los fans de James, ante la menor crítica enrostran los millones que ha ganado, como si ser futbolista se tratara de una acumulación de riqueza. Efectivamente, Quintero ya es un hombre rico y uno se alegra por ello, pero el cronista no analiza cuentas bancarias, habla de fútbol.

Están los jugadores de redes sociales, están los jugadores sin pasión, están los fiesteros y están los conformistas, que firmando buenos contratos se dan por hechos. Estos últimos van de club en club porque hay un negocio muy redituable: firmar contrato, cobrar una buena parte al inicio y luego marcharse a los seis meses o al año con cualquier excusa.

La que se cobró, generalmente no se devuelve. Enseguida se firma otro vínculo, se elabora un discurso adecuado y se repite la fórmula. Terminan millonarios, pero no son queridos por ninguna hinchada ni quedan identificados con ningún club.

Los primeros arreglan con un posteo apropiado y palabras lindas la falta de buenas actuaciones. Y los jugadores sin pasión son aquellos a quienes les preguntan ¿mirás mucho fútbol…? “No, no me gusta mirar fútbol, prefiero jugarlo”. Cuando un jugador de tu club dice algo así es funesto, te tira la moral al piso.

Para las cuatro categorías hay periodistas muy comprensivos, que los apoyan, seguramente para quedar bien con ellos. La pregunta es: ¿para qué quiere un periodista quedar bien con un protagonista…? No es su finalidad.

Hubo muchos cracks que se perdieron por alguno de esos motivos. Tal vez el mayor desperdicio de la historia sea Neymar. ¿Qué pasó con Ney…? Sólo él podría responderlo. De a poco se fue convirtiendo en un jugador común. Bueno, pero normalito, anulable.

Un auténtico monstruo de la gambeta (esto es indiscutible) incapaz de superar una marca, lo enciman y se la quitan. Un crack del pase apenas si logra meter alguna bola filtrada para dejar sólo a un compañero.

Velocísimo como era, acelera y no consigue superar al rival. Y cada vez menos goles. Un atacante que llegó a 43, 42, 31 anotaciones en otras temporadas, en las últimas sumó 19, 17… 13. Y muchos de estos de penal. Con las asistencias, igual: tuvo ciclos de 27, 25, 22 pases-gol para sus compañeros; esa cifra fue bajando dramáticamente a 13, 12, 11.

Y con el número de partidos lo mismo: juega cada vez menos. En sus primeros años llegó a disputar 60, 51, 49, 47 encuentros, ahora registra 30, 28, 27… Iba a ser un coleccionista de Balones de Oro, no ganó ninguno. Y ya no lo hará. 

No será fácil que se repita un futbolista de virtudes tan infrecuentes: técnica suprema, gambeta frontal, velocidad, valentía, excelente disparo de derecha, vocación ofensiva, fantasía, gol, alegría para jugar y combinar. Pero está escrito que con las aptitudes solas no se llega a la cima.

Hubo otros. René Houseman. Decididamente genial. Podía gambetear a un pueblo. Y todo hacia adelante, para ganar. El mejor Houseman tal vez le igualaba la línea a Maradona, a Messi, a Bochini. Alcanzó a ser campeonísimo con Huracán en 1973 con un protagonismo estelar y fue parte de Argentina en el título mundial de 1978.

Lamentablemente duró lo que la luz de un fósforo. Habrán sido cinco años de esplendor, tal vez seis. Los excesos lo acabaron pronto. Y el Mágico González, una leyenda, una iluminación, un talento cumbre que apenas deslumbró en el Cádiz. La noche pudo más.

Pero lo importante es que sean felices. Neymar lo es. Ojalá que Juanfer también.